Mientras escucho a esa maravillosa Sarah de apellido impronunciable- McLachan- me decido a lanzar el bote al agua. Al fin emprendo un viaje de palabras que durante un tiempo consideré pretencioso y narcisista, una práctica exhibicionista de esta era del Yo-o sea- yo. Un mar virtual al que también me sumo a partir de hoy. Quizás porque me haya dado cuenta de que estaba equivocada; o quizás porque esta terapia gratuita que es escribir me haya exigido buscar otros lugares donde respirar, fuera de las cajas que me acompañan desde la adolescencia y de algunas columnas de opinión donde hago jiu jitsu con ciertos obispos perdidos en el tunel del tiempo. Una práctica más activista que literaria que me permite acostarme en paz con este mundo exterminador de la diversidad. La verdad es que tiene su encanto sentirse Afrodita- sin Matzinger Z-, pero estos textos que tejo a todo correr no dejan de ser un desgaste de energía positiva que surge como respuesta al odio de estos extraños señores. No son palabras que manen de momentos mágicos o de vivencias a corazón abierto, sino a consecuencia de los dardos corrosivos de la libertad de unos cuantos seres amargados. Y como hace tiempo que esta vida plástica- con sus Pabellones número 6, sus Metamorfosis, su vergonzante injusticia y sus barbies y kents- alejó de mi cabeza la posibilidad de parir belleza, al menos aún mantengo la ilusión de usar esta combinación de grafías que tantas veces me han salvado del abismo para seguir intentando entender este caos que me rodea.
Así pues, querido y anteriormente denostado blog, me presento. Espero de ti que aguantes estoicamente mis heterogéneas observaciones, que te arroje preguntas sangrantes y dos minutos después, me quede en escenarios sólo importantes para mí y unos pocos más. No serás una bolsa donde lanzar mi bilis, eso te lo aseguro. Porque a diferencia de esos hombres de negro que tristemente desean convertirme en cero, aún soy capaz de mirar cómo bailan las serenas hojas de un árbol un lunes a las 9 de la mañana, mientras siento cómo el aire susurra a través de mis dedos. Y, de repente, sonreír.
Así pues, querido y anteriormente denostado blog, me presento. Espero de ti que aguantes estoicamente mis heterogéneas observaciones, que te arroje preguntas sangrantes y dos minutos después, me quede en escenarios sólo importantes para mí y unos pocos más. No serás una bolsa donde lanzar mi bilis, eso te lo aseguro. Porque a diferencia de esos hombres de negro que tristemente desean convertirme en cero, aún soy capaz de mirar cómo bailan las serenas hojas de un árbol un lunes a las 9 de la mañana, mientras siento cómo el aire susurra a través de mis dedos. Y, de repente, sonreír.
Anuncios
Responder