Hace horas que anocheció en Helsinki. Cuatro, para ser más exactos. Desde la habitación de este hotel dedico unos minutos a contar impresiones. No para explicar lo harta que me tienen algunos elementos fascistas en España con su incapacidad secular de aceptar que la sartén no se fabricó para sus avariciosas manos, siempre buscando la chispa del odio y la fractura social cuando la han perdido. Miedo y asco que me dan, la verdad. Pero no, me niego a hablar de sus estrategias de caos medido. Prefiero hablar de las nubes hermosas que vi entre Estocolmo y esta curiosa y hermosa ciudad finesa, o del té caliente que me arropa en esta noche oscura y fría. De las luces cálidas que dan vida a este cuarto, de los sueños, de la fe en el cambio social, de las orejas “rojitas” que bombean mi sangre y me sacan del caos. Del placer de estar a solas con un portátil y perderme unas horas en ese mar sin olas que es Internet.
Hoy he conocido gente estupenda, de un Centro de Vida Independiente de aquí que se llama Kynnys. Me sigue fascinando el comprobar que la vida independiente puede ser una realidad (“¿y eso qué es?”). A difundir esa certeza me dedico ahora. Y es un placer que me ha ofrecido la vida.
Superarse. Cada uno tiene sus manías y fobias. Una de las tantas que tengo se desarrolla en los momentos que tarda un avión en vaciarse. Una tontería, lo sé. No me asusta aterrizar, despegar, las turbulencias, los niños que te pegan rodillazos en el asiento de atrás durante trece horas, no. Me angustia estar en un espacio cerrado con gente de pie por todos lados. Y sin embargo, el otro día estuve más de una hora haciendo escala en Estocolmo, sin poder salir del avión, parado en el aeropuerto, ¡y no me angustié en absoluto! No pueden imaginar con qué satisfacción se los cuento.
Hoy he conocido gente estupenda, de un Centro de Vida Independiente de aquí que se llama Kynnys. Me sigue fascinando el comprobar que la vida independiente puede ser una realidad (“¿y eso qué es?”). A difundir esa certeza me dedico ahora. Y es un placer que me ha ofrecido la vida.
Superarse. Cada uno tiene sus manías y fobias. Una de las tantas que tengo se desarrolla en los momentos que tarda un avión en vaciarse. Una tontería, lo sé. No me asusta aterrizar, despegar, las turbulencias, los niños que te pegan rodillazos en el asiento de atrás durante trece horas, no. Me angustia estar en un espacio cerrado con gente de pie por todos lados. Y sin embargo, el otro día estuve más de una hora haciendo escala en Estocolmo, sin poder salir del avión, parado en el aeropuerto, ¡y no me angustié en absoluto! No pueden imaginar con qué satisfacción se los cuento.
Ya ven, hoy no estoy con cuerpo para hablar de cosas profundas. Hoy me quedo rozando la superficie, sentada sobre ella, mirando la vida con ternura y agradecimiento. “Beautiful that way”, que diría Noa.
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